«Ustedes no sobrevivieron para componer las cosas que se quedaron y ya no funcionan […] Ustedes tienen la gran posibilidad de volver a empezar y tienen la oportunidad de hacer las cosas bien…» Dijo Madre Abigail
Stephen King, Apocalipsis
Por: Dip. Rosalinda Domínguez Flores
En estos tiempos aciagos, de encierro, de extremar medidas de higiene nos dimos cuenta de lo endeble que es el ser humano, vale la pena reflexionar sobre las enseñanzas que nos deja esta pandemia, he aquí una serie de cavilaciones en “voz alta”…
Hemos despertado de golpe como sociedad en un país que ha sido mancillado de todas las formas posibles, el mundo tal y como lo construimos y del que tanto tiempo estuvimos orgullosos por su inteligencia y humanidad ha sido desnudado por un microscópico virus. La pandemia nos puso de rodillas.
En este tiempo hemos detectado las actitudes más viles y egoístas, las redes sociales han sido la caja de resonancia de una sociedad agotada anímica y económicamente. El clamor de que esta catástrofe ya termine es un reclamo más poderoso, pero con acciones poco empáticas, principalmente en las ciudades quienes minimizan el esfuerzo nacional que pocas veces es noticia.
Sucede en las comunidades más alejadas del país en las que sus habitantes toman decisiones desde las autoridades tradicionales y las asambleas; cierra el pueblo, limitan la circulación, salen poco y a pesar de los climas tan intensos llevan puesto el cubrebocas. Ese objeto que tanta discordia genera en las grandes ciudades.
Los rostros de asombro y agradecimiento de que alguien les proporciones ayuda en estos tiempos de contingencia, ya sea alimentos, ropa, o enseres de limpieza es sólo comparable con la felicidad de los niños: sincera y honesta.
En esos rincones del país sigue habiendo violencia, crisis económica, cacicazgos, así como una legítima preocupación por la evidente desigualdad que aún permea en el territorio nacional.
¿Qué nos corresponde hacer?
A pesar de los tiempos que corren y las fuerzas económicas y políticas que se enfrentan por mantener el control del país – unos para mantener sus privilegios y otros para cambiar el estado de cosas ya no sólo por decreto sino en la vía de los hechos – el pueblo percibe el esfuerzo nacional por resarcir la infamia de la que hemos sido objeto.
En eso pueblos indígenas aún prevalece un grado de esperanza, lo miras en los ancianos y familias enteras sentadas afuera de su casa o en las calles, en sus actividades, cubriéndose parte del rostro. Tienen temor, pero también esperanza.
Los especialistas coinciden en que la nueva normalidad deberemos de construirla conforme se vayan diseñando nuevas políticas sociales, pero también tenemos la oportunidad por decisión
propia de: ser más solidarios, empáticos, mejores padres, mejores hijos, buenos estudiantes, mejores trabajadores, mejores ciudadanos.
Tal vez dentro de algunos años recordemos este como unos de los años más complejos para la humanidad, pero también podremos narrar que fue también en este tiempo, en que nos reinventamos como sociedad, más útil, más humana.
Podremos reconstruirnos desde todas las esferas: escuelas, trabajos, gobiernos, familia y en todos los lugares: la calle, la casa, en la oficina, en el pueblo. La pandemia nos ha derrotado en esta primera batalla; es hora de levantarse, con más fuerza, todos juntos y volver a empezar.
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