Ciudad de México | Agencias
Aquel frío se le metió en los huesos a Francisco Javier Abuelo Cruz que cuando hoy en día lo recuerda es como si sintiera de nuevo esas afiladas agujas de viento en el cuerpo.
Era Toronto, en 1993 y tenía una rodilla izquierda deshecha. 10 minutos antes había chocado con el portero Craig Forrest en el partido definitivo de la zona de Concacaf por el único boleto para el Mundial de Estados Unidos 1994.
Miguel Mejía Barón estaba en las tribunas y en la banca, un joven Javier Aguirre de auxiliar se desgañitaba la garganta pidiendo que saliera de cambio.
“Le decía que no, que yo sentía que algo iba a pasar, tenía ese presentimiento del delantero de que en cualquier momento caería una pelota a modo para mí”, comenta el Abuelo Cruz desde su natal Monterrey en un recuerdo que ha trascendido en el tiempo.
“Me dolía mucho la rodilla. Pero cuando vi el pelotazo de Claudio Suárez, corrí desde medio campo, luego fue el centro, Hugo Sánchez la abanicó, el Macho dirá siempre que fue un pase (ríe) pero lo único que pedía en ese momento era tener la fuerza para que mi pierna izquierda soportara mi peso y pudiera rematar con la derecha”.
Fue el gol que espabiló a México de un letargo de ocho años. Con eso se volvía a ir a un Mundial y lo hizo con el ligamento de la rodilla destrozado, “no me arrepiento de haber metido la pierna una jugada atrás, no había otro modo de ganar en Canadá. Hacía un frío muy duro y la cancha estaba en mal estado”.
Esa lesión condicionará al Abuelo Cruz al ostracismo. Se quedó al margen del mundial porque no pudo recuperar su fondo físico.
“Son cosas del futbol. Me tocó ser el héroe de la eliminatoria y no ir al Mundial. Habló conmigo Miguel Mejía Barón, pero de todas formas estaba triste. No me arrepiento, volvería a lesionarme por México, por ganar un partido como ese en Canadá”.
Esa noche, Francisco Javier Cruz no durmió, tenía un coctel de sensaciones dentro de su cuerpo: alegría, adrenalina, euforia, y dolor, sobre todo un dolor que reptaba desde la rodilla al corazón.
“Cuando festejé todo se me olvidó. Aunque con el empate pasabamos, en ese momento no estaba muy claro el reglamento o al menos nosotros no sabíamos, así que lo que hablamos fue de ganar. En el vestidor se hizo famoso el grito de ‘Nos vamos al Mundial, nos vamos al Mundial’. Regresamos en un charter y todo el camino llevé hielo en la rodilla”.
Por eso, el gol que plasmó le permitió una lluvia de adjetivos y agradecimientos para la posteridad aunque no haya llegado al Mundial.
“Fue una generación auténtica y única, bien dirigida por un líder como Mejía Barón y que ha sido la mejor de la historia. Jugábamos con una pasión que ahora me gustaría ver. Esta selección de Martino no tiene alma y sólo hacen partidos por comerciar. Además, ya abarataron la playera de la Selección, cualquiera llega y no debería ser así, sino elegir a los mejores, pero sobre todo, a aquellos que se entreguen en la cancha”.
De aquel recuerdo de 1993 en Toronto le quedan muchas aristas de felicidad que le ruborizan porque no le gusta sentirse el héroe.
“Sé que di todo en ese momento. No era un partido fácil, la cancha tenía el pasto quemado por el frío y no circulaba bien la pelota. Ellos eran muy altos y su única virtud fue en el balón detenido”.
Así fue como Canadá hizo el gol que puso contra las cuerdas a México, en un centro alargado que tuvo un doble remate en el área y se combinó con un resbalón de Jorge Campos. “Lo único que sabíamos nosotros, era que teníamos que ganar como fuera”, dice el Abuelo Cruz.
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